viernes, 24 de octubre de 2014



NUEVO LIBRO DE ALFREDO PASTOR UGENA

                Este libro sobre la vida de Isabel I de castlla “La Católica” y su malogrado hijo y heredero el Príncipe Juan- el que pudo haber sido el primer rey de España- es asimismo un detallado análisis de la figura de esta reina como madre, mujer y estadista, y también de su época.
                El autor, el Dr. Alfredo Pastor Ugena, detalla las circunstancias históricas más significativas que llevan a Isabel al trono, su matrimonio con Fernando II de Aragón, la Guerra Civil en Castilla, la aparición de la Inquisición, la conquista de Granada , la expulsión de los judíos, la relevancia de la  política matrimonial de los Reyes Católicos- la vida y vicisitudes de sus hijos- y las correspondientes relaciones internacionales que de ella se derivan. Asimismo analiza la importancia de las Cortes de Madrigal de las Altas Torres (1476) y Toledo (1480) y, en general, la coyuntura histórica y cultural en la que vivió el Príncipe Juan, lo que coincide con los hechos más importantes del reinado de los Reyes Católicos, algunos de los cuales se han citado anteriormente.
                La infancia, juventud, la formación y educación renacentista del Príncipe Juan, su matrimonio con Margarita de Austria, su prematura muerte y la literatura consolatoria y alabatoria que se produjo en torno a su figura, la situación política tras el fallecimiento de la Reina, el final de la Casa de Trastámara y el advenimiento de la dinastía extranjera de los Habsburgo en la figura de Carlos I-entre otros temas- son tratados por el autor con el rigor propio de un investigador e historiador que conoce con detalle esta época.





ALFREDO PASTOR UGENA
____________________________________________________________

ISABEL I LA CATÓLICA Y SU HEREDERO EL PRÍNCIPE JUAN.

                 .“(…) quien hubiera sido Juan III, el primer rey de España (…)”




Archivo:La Virgen de los Reyes Católicos.jpg                                                          LA ALCAZABA


                            
     
     
        El cuadro de La Virgen de los Reyes Católicos ,que ilustra la portada de este libro, fue pintado entre 1491 y 1493. Se trata de un temple sobre tabla de 123 x 112 cms y su fecha se establece hacia 1490. Esta obra sintetiza a la perfección la simbiosis entre pintura flamenca y patrocinio real. La composición es similar a la de una sacra conversazione, en una estancia con ventanas que dejan ver un paisaje con características convencionales propias del estilo flamenco. Su  autor ,anónimo, es  conocido como Maestro de la Virgen de los Reyes Católicos. La obra es un ejemplo del goticismo imperante en la pintura de la época. 
En su ubicación original se guardaba en el oratorio del cuarto real del monasterio de Santo Tomás de Ávila.a desamortización de 1836 produjo su traslado al Museo de la Trinidad y luego a lo que sería el Museo del Prado donde se encuentra actualmente.
            En el cuadro se representan arrodillados los donantes. A la izquierda de la composición  aparece el Príncipe don Juan, al lado del Rey don Fernando. Enfrente de ellos advertimos la presencia de la Reina Isabel I (con aspecto joven y resaltando en tamaño ligeramente por encima de sus acompañantes y marido, dejando claro que es la reina de Castilla) y de la Princesa Isabel.
El Príncipe, joven heredero sobre el que está puesto en este momento el destino de la unión dinástica, aparece de rodillas, en actitud orante, y con las manos juntas, algo infantilizado. Sus facciones son bastante distintas a las esculpidas por Domenico Fancelli en su sepulcro del Convento de Santo Tomás de Ávila.
En la parte superior aparece representada en un trono la Virgen con el Niño. En un plano inferior, de pie, observamos a  dos santos. A la derecha del cuadro, con el hábito dominico, aparece Santo Domingo de Guzmán , fundador de la Orden Dominica (con un libro, por ser doctor de la Iglesia y un lirio, como símbolo iconográfico de la Virgen, dada su particular devoción mariana). A la izquierda aparece Santo Tomás de Aquino  el titular de la advocación del monasterio (con un libro, por ser también doctor de la Iglesia, y con la maqueta del edificio). El suelo de baldosas, la tarima sobre la que se halla el trono de la Virgen, los reclinatorios de los Reyes y las ventanas, nos presentan una perspectiva algo forzada.













     











        A mi esposa Adelina.
                                                                                     A mis hijos Laura y Alfredo.
                                                                                     A la memoria de mis padres.














Queda rigurosamente prohibida  la reproducción total o parcial de esta obra, incluida la portada por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización escrita del titular del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes.








ALFREDO PASTOR UGENA







ISABEL LA CATÓLICA Y SU             HEREDERO EL PRÍNCIPE JUAN


   “(…) quien hubiera sido Juan III, el primer rey de  España (…)”








                                    LA ALCAZABA

INDICE

PRÓLOGO……………………………………………………………...6-7
CAPÍTULO I.- La reina Isabel I “la Católica”…………………………….  8
Isabel I: mujer, esposa , madre, reina y Puellae doctae. La relación de su vida con la coyuntura internacional..............................................................................................9
La Reina Isabel como estadista. Aspectos relevantes de su obra en Castilla          
y Toledo. Las Cortes de 1480……………………………………………              22-31
Los testimonios de cronistas y  escritores sobre  la Reina.........................................33
Vida y vicisitudes de sus hijos. La política matrimonial y sus consecuencias……..37

CAPÍTULO II.- El Príncipe Juan: la esperanza de España ………….45
Infancia y juventud………………………………………………………………….   45
Formación y educación de un Príncipe del Renacimiento………………………….52
La Corte del Príncipe Juan en Almazán y su Libro de Cámara…………………   57

CAPÍTLO III.-Las capitulaciones matrimoniales del Príncipe Juan y la política internacional de alianzas de los Reyes Católicos……………   60

La princesa Margarita de Austria…………………………………………………...60
El matrimonio del Príncipe don Juan, señor de Salamanca……………………… 62

CAPÍTULO IV.-La muerte del Príncipe. Su trascendencia histórica.66

La literatura consolatoria y alabatoria en torno al Príncipe Juan……… ……….74

CAPÍTULO V.-La coyuntura histórica y cultural en la que vivó el Príncipe Juan…………………………………………………………….78
CAPÍTULO VI.-El final de los Trastámara y el advenimiento de una dinastía extranjera..............................................................................................     93

 La situación política tras la muerte de la Reina Isabel (1504-1516)…………….. .94

BIBLIOGRAFÍA………………………………………………………………….98                                  








 PRÓLOGO


Este libro que tienes en tus manos, paciente y estudioso lector, narra la vida y desventura de Juan, el joven Príncipe de España que nació en Sevilla en 1478, cuando el reino celebraba allí el concilio que reglamentó la política religiosa de aquel providencial reinado, y a los dos años, en 1480, era proclamado Príncipe de Asturias, y aún sin cumplir los 19 años de edad casó en la Catedral de Burgos con la archiduquesa Margarita de Austria y murió en Salamanca a los seis meses debilitado por la tuberculosis…, “para el pueblo, murió de amor”.
Y a fe que Alfredo Pastor Ugena lo ha escrito con estilo sabio, claro y didáctico, autorizándose concienzudamente con un amplio bagaje de fuentes bibliográficas y documentales.
Con pluma sagaz y plan estratégicamente trazado, el autor inicia su exposición introduciéndonos en el devenir del reinado de Isabel la Católica, cuya figura valora como mujer, como reina y como estadista, centrándose en al importancia de las Cortes de Toledo de 1480 como programa oficial de su reinado. Capítulo especial se dedica a detallar la política matrimonial de los Reyes Católicos y sus consecuencias internas y externas de relaciones internacionales.
Acto seguido, aborda el autor la biografía del Príncipe Juan, objeto del libro. Y lo hace con la minuciosidad y el método necesario: su infancia, su educación, la constitución de su corte principesca, las capitulaciones de su matrimonio y la realización de éste con al archiduquesa, lo vertiginoso de su enfermedad y muerte… y la literatura elegíaca y laudatoria que desencadenó.
Desde la perspectiva actual, frustrada la figura del Príncipe por su prematura e inesperada muerte, nos queda la grandeza de ánimo y magnanimidad ,como reina, de su madre Isabel o, si se prefiere, de sus padres Fernando e Isabel.
En la historia queda como paradigma de buen gobierno, y así lo describe Alfredo Pastor, el planteamiento político del matrimonio del Príncipe, el esfuerzo de los Reyes por alcanzar sucesión en varón, para lo que no dudaron en someterse a las medicaciones del médico judío Lorenzo Badoç.
Alcanzada la sucesión, con qué entusiasmo lo comunican a todo el reino y en acción de gracias mandan construir el templo de San Pedro “in Montorio” en Roma. Y, luego, con qué cuidado escogen los educadores del Príncipe y con qué grandeza de ánimo afrontaron su enfermedad y su muerte. En definitiva, los reyes Isabel y Fernando fueron un ejemplo de actuación como Casa Real en todo lo relacionado con su hijo Juan.
Hay quien pone ciertos reparos a la actitud de la reina, su madre, al no cumplir las recomendaciones de los médicos en el sentido de que el joven Príncipe, muy debilitado por la enfermedad, no usase del matrimonio con su esposa de forma tan continuada. La Reina contestó a estos consejos con la frase evangélica: “Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”. Si lo pronunció así, o es un invento de su leyenda dorada, nos da igual. Lo cierto es que la magnanimidad y entereza de Isabel y Fernando  resplandecieron en todo momento en el trágico caso del Príncipe Juan, la esperanza de España.
De manera especial se hizo famoso el sistema educativo que los reyes dispusieron para su hijo, en que intervino esencialmente el preceptor del Príncipe, el dominico y catedrático de Salamanca fray Diego de  Deza, así como el humanista Mártir de Anglería o el también joven humanista Gonzalo Fernández de Oviedo. Precisamente a este ilustre personaje le pidió el emperador Carlos V un tratado para la educación del joven Felipe II según las pautas que se habían seguido para la educación del Príncipe Juan, un príncipe del Renacimiento.
A modo de síntesis histórica del reinado, el autor nos ilustra con una visión sencilla, didáctica y significativa de los avatares históricos que tuvieron lugar durante la vida del Príncipe Juan, quizás los más importantes del reinado, que concluye con la situación política tras la muerte de la Reina Isabel, y el final de los Trastámara, lo que ocasiona el advenimiento de una dinastía extranjera, la de los Habsburgo, en la figura de Carlos I, nieto de los Reyes Católicos.
Todas estas cosas, y muchas más igualmente interesantes, depara la lectura de este interesante libro, en que ha vertido su mucho saber Alfredo Pastor, profundamente conocedor del reinado de los Reyes Católicos y la desventura de su hijo, el Príncipe Juan.

                                                          














 CAPÍTULO I


                   La reina Isabel I “la Católica


Isabel I de Castilla conocida como Isabel “la Católica”- debido al título pontificio que tanto a ella como a su esposo el rey Fernando II de Aragón les concedió el Papa español Alejandro VI, en 1496, a través de la bula Si convenit- ha sido una reina muy importante en la historia de España. Nació a finales Edad Media para morir en el umbral de la modernidad renacentista. Se le considera una mujer que se adelantó a su tiempo. Es posible que no naciera para ser reina pero sí demostró a lo largo de su vida que había nacido para reinar. Fue portadora de una religiosidad que fue creciendo con el paso de los años, conforme iban aumentando sus responsabilidades de gobernante.
Su vida no hubiera sido la que fue sin su relación con cuatro personajes que influyeron de forma decisiva en ella: el arzobispo Carrillo de Acuña, su valedor en los años de princesa; el cardenal Pedro González de Mendoza, su consejero y gran apoyo en los años de comienzo de su reinado; el cardenal Francisco de Cisneros, su confesor y guía espiritual; y Fray Hernando de Talavera, también su confesor y confidente en muchos momentos. Todos ellos fueron testigos  del Humanismo cristiano.
Isabel I comienza su reinado con la guerra civil contra Portugal. La veremos también inmersa en todos los problemas internos que reclaman la presencia de los monarcas en cualquier parte del territorio del reino de Castilla, considerado en su extensión desde Galicia a Murcia y desde la costa cantábrica a las de Andalucía.
Este reinado será la época de recuperación del equilibrio político de Castilla, roto desde los comienzos del siglo XV. Es asimismo el comienzo de una extraordinaria actuación diplomática y militar que sitúan a la nueva monarquía a la cabeza de las potencias europeas de la época.
Junto a su marido el rey Fernando (1452-1516) [1], diseñaron el Estado moderno y sus principales instituciones, poniendo en práctica las infraestructuras necesarias propias de la monarquía hispánica, nacional, bicéfala y autoritaria, como lo hicieron, más o menos, en la oportuna medida, Luis XI en Francia y Enrique VII “Tudor” en Inglaterra.
            Una vez resuelto el problema sucesorio, el reinado de Isabel y Fernando se caracterizó por la concatenación de sucesivos triunfos, fortaleciéndose el poder real con instrumentos y mecanismos institucionales como las Audiencias,  el Consejo Real, la Santa Hermandad  o los corregidores, verdaderos representantes de los monarcas en los municipios.
Fue un reinado excepcional en muchos de cuyos actos la reina Isabel tiene una directa intervención. Ella concibe la realeza como un derecho dinástico y como un deber, con  una gran responsabilidad y una misión a cumplir.
La importancia de esta Reina es múltiple pero, entre otros aspectos relevantes de su vida, nos atreveríamos a destacar el protagonismo que le tocó ejercer en la formación de la unión dinástica entre Castilla y Aragón y de la referida formación del Estado moderno, estructurando junto a su marido Fernando II el nuevo modelo de monarquía.
Según J. Pérez, “la unión dinástica logró transformar la variedad de reinos de la España medieval en un cuerpo político con una sola dirección, una sola diplomacia y un solo ejército” que reunía pueblos con lenguas, tradiciones históricas, costumbres e incluso instituciones distintas; donde cada uno conservaba su autonomía administrativa y se regía conforme a sus propios fueros o leyes. Todos ellos estaban unidos por la persona de los monarcas. Los extranjeros no se engañaron: llamaron España a la unión de Castilla y Aragón y Reyes de España a sus soberanos.
Los Reyes Católicos no crean una España unificada pero la doble monarquía no es tampoco una simple unión personal. Con ellos España se convierte en un ámbito político importante y toma una forma original que conservará por lo menos hasta principios del siglo XVIII.”[2]


Isabel I: mujer, esposa, madre, reina y “puellae doctae”. La relación de su vida con la coyuntura internacional.


Isabel I de Castilla, hija del rey castellano Juan II y de su segunda esposa, la infanta portuguesa Isabel de Aviz y Braganza (nieta del rey Juan I de Portugal) marcará todo un hito histórico en nuestro país. Sus  antecesores en la Casa de Trastámara se habían hecho con la corona de Castilla a mediados del siglo XIV, tras una cruenta guerra civil entre el rey legítimo Pedro I “ el Cruel” y su hermano bastardo Enrique de Trastámara (futuro Enrique II “el de las Mercedes”) cuyo reinado supuso la consolidación de la nobleza y de los ideales aristocráticos frente a la burguesía mercantil.
Isabel vino al mundo el 22 de abril de 1451, jueves santo, a las cinco menos cuarto de la tarde (en el palacio de su padre Juan II de Castilla, hoy monasterio de Nuestra Señora de Gracia regido por las madres agustinas[3],situado en Madrigal de las Altas Torres) tras un parto difícil, según el galeno que fue médico de Isabel durante toda su vida, el doctor Toledo.
Esta villa de realengo de Madrigal Ávila) que contaba entonces con unos cuatro mil habitantes (según los censos que están en el AGS) situada en la llanura castellana de la comarca de Arévalo,  sería un lugar emblemático en la vida de Isabel, dentro de esa especie de triángulo tan relevante para su destino cuyos otros dos vértices fueron Arévalo, donde pasaría su niñez,  y Medina del Campo donde moriría el 26 de noviembre de 1504.
Enterado el rey Juan II del nacimiento de su hija, inmediatamente ordena comunicar el evento a todo el reino. La fecha del nacimiento de la Princesa fue comunicada por su propio padre a la ciudad de Segovia en una carta datada cuatro días después.
La niña “quedó apresada” de inmediato en las formas de vida nobiliarias propias de la Castilla del siglo XV. La entregaron a una nodriza, Mari López, esposa de Juan de Molina, a quien en la Corte llamaban la “señora que dio a su Alteza de su leche[4]
Este nacimiento ampliaba la sucesión real, asegurada con el hijo mayor Enrique, que ocuparía el trono en 1454 con el nombre de Enrique IV, conocido popularmente como “el Impotente”.
Fue bautizada en la iglesia de San Nicolás de Bari, en Madrigal de las Altas Torres, en la que recibió el nombre de Isabel, como su madre y como su abuela materna. Dos años más tarde que Isabel nacería en Tordesillas (Valladolid) su hermano el príncipe Alfonso (17 de septiembre de 1453), colocándose Isabel en una tercera línea de sucesión, después de Enrique, Alfonso y sus descendientes.
El nacimiento de este nuevo hijo varón de Juan II coincide cronológicamente con la toma de Constantinopla por los turcos, el 29 de mayo. Hecho que marca el final de la Edad Media y los comienzos de la Modernidad. Este año se produce también  la ejecución de don Álvaro de Luna, suceso sorprendente, de los más sonados y dramáticos del siglo XV castellano. Don Álvaro, hombre importante en la Castilla medieval, acusado de herejía por Isabel de Portugal, la madre de Isabel la Católica, pasó “de la mesa del rey al hacha del verdugo”: quedaba claro que nadie estaba libre de la ira regis.[5]
Mehamed II conquistó en 1453 la citada ciudad y la denominó Estambul. Ponía así fin al Imperio romano oriental o Bizancio, con capital en Constantinopla. Los bizantinos sobrevivieron, al emigrar a Occidente, llevándose consigo la tradición cultural grecorromana que se había conservado en Constantinopla y contribuyeron a poner en marcha uno de los sucesos más importantes de la modernidad: el Renacimiento cultural y artístico de los siglos XV y XVI.
Isabel I, que nace dos años antes de este hito histórico, lo hace también en un momento de tránsito entre dos épocas. De ahí que se le considere una mujer que vive entre el final del Medioevo y los comienzos de la implantación y desarrollo del Renacimiento.
 Este momento (6 de enero de 1453) es verdaderamente significativo dada la posterior importancia que tendrá para la política matrimonial de los Reyes Católicos, ya que Federico III, emperador del Sacro Imperio Romano, otorga a su hijo Maximiliano el título de Archiduque de Austria.
Hecho también relevante es el final de la importante  Guerra de los Cien Años, que en realidad duró ciento dieciséis (1337-1453) entre Francia e Inglaterra y que salpicó a otros países europeos. Por ejemplo, en  Castilla se proyectó este conflicto en el sistema de alianzas habido en el enfrentamiento entre Pedro I y Enrique de Trastámara. Fue realmente una guerra feudal para dirimir quién controlaría las enormes posesiones de los monarcas ingleses en Francia desde 1154, como consecuencia del ascenso al trono de Inglaterra de Enrique Plantagenet, conde de Anjou casado con Leonor de Aquitania. Finalmente y después de innúmeros avatares, se saldó con la retirada inglesa de tierras francesas.
Francia se remodelaría como Estado moderno -igual que ocurrió en España con los Reyes Católicos- con los monarcas Carlos VII “el Victorioso”(1422-1461) y Luis XI  “el Prudente” ( 1461-1483), llevando a cabo este último una lucha para afirmar su autoridad contra los derechos feudales de la nobleza y el clero, construyendo las bases de una monarquía autoritaria y centralista, lo que sin duda le supuso la enemistad de parte de la nobleza tradicional.
Inglaterra, tras la Guerra de los Cien Años, se convirtió en un sanguinario escenario de una guerra civil, la denominada Guerra de las dos Rosas que enfrentó a miembros y partidarios de la Casa de Lancaster contra los de la Casa de York entre 1456 y 1485.
Por lo tanto Francia, Inglaterra y España van a vivir coyunturas políticas e institucionales de tipo renacentista propias de monarquías nacionales, modernas y autoritarias.
El 22 de julio de 1454, teniendo Isabel tres años, muere su padre Juan II en Valladolid; gobernaba en Castilla desde 1406. En el momento antes de su muerte: dijo:“naciera yo hijo de labrador e fuera fraile del abrojo, que no rey de Castilla”. Fue enterrado en la Cartuja de Miraflores (Burgos) junto a su esposa Isabel de Portugal, esculpiendo Gil de Siloé el sepulcro de ambos, a los que acompaña en el lugar de enterramiento su hijo el príncipe Alfonso. Se le caracteriza como un personaje de carácter poco firme, algo taciturno, con el que Isabel apenas llegó a tener trato. Dejó claro en su testamento la regulación de su propia sucesión, una especie de ley fundamental en estos asuntos -según Luis Suárez-, de tal forma que se acuerda  en este documento que si sus hermanos llegaban a fallecer sin descendencia legítima, correspondería a Isabel la sucesión que en esos momentos tenía  don Enrique”.
En su testamento Juan II indica de forma tácita:
“(…)Mando que la dicha Reyna, mi mujer, sea Tutriz y administrador de los dichos Infantes don Alfonso y doña Isabel, mis hijos e suyos, e de sus bienes, fasta tanto aquel dicho Infante sea de edad cumplida de catorce años, e la dicha Infante, de doce años e que los rija e administre con acuerdo e consejo de los dichos Obispos de Cuenca e Prior fray Gonzalo mis confesores e del mi Consejo...E quiero y mando que los dichos Infantes mis hijos se críen en aquel logar o logares que ordenase la dicha Reyna mi muy cara e muy amada mujer(…)”.
Este Rey vivió una época políticamente repleta de fuertes tensiones y de luchas nobiliarias entre sí y contra la monarquía, en contraste con la brillante cultura del incipiente Humanismo. [6] Tenía un excelente conocimiento del latín y se interesaba por la poesía, la filosofía y la retórica. Se carteaba con humanistas relevantes, como Leonardo Bruni; y encargaba glosas y traducciones a autores como Pedro Díaz de Toledo o Alfonso de Cartagena. Por otro lado, su reinado fue uno de los más infecundos, lleno de revueltas y colmado de desórdenes.
Isabel en su niñez, en ese ambiente cortesano de leyendas y exaltación de virtudes por las hazañas de los “grandes hombres”, supo cómo su abuelo Enrique III “ el Doliente” ”( fundador de la política africana castellana) había fallecido, cuarenta y cinco años antes de su nacimiento en una cruzada contra el reino musulmán de Granada, lo  que le dejó alguna huella emocional de su antepasado, cuyos hechos conoció, entre otras fuentes, gracias al escritor Juan de Mena. Ella siempre mantuvo en su mente  los rasgos esenciales de la vida de su padre Juan II y de su abuelo Enrique  III.
Heredó bastantes rasgos biológicos de su abuela Catalina de Lancaster la elegante dama inglesa, esposa de Enrique III, como el color blanquecino de su piel y el pelo rubio, el carácter reservado, los modales armoniosos, la sensibilidad por  la lectura, y la firmeza en sus decisiones. Ella fue el espejo en el que Isabel se miraba muy a menudo y la mujer que elevó al hombre clave de la política castellana de la primera mitad del siglo XV don Álvaro de Luna, valido y hombre de máxima confianza en la vida de su hijo Juan II, muy culto y aficionado a la literatura que floreció en su Corte. Al enviudar el rey de su primera esposa María de Aragón, el condestable don Álvaro concertó su boda con doña Isabel de Portugal, celebrándose en 1447.
Muchos nobles se percataron de la influencia de don Álvaro de Luna en el segundo matrimonio de Juan II (45 años) con Isabel de Portugal (15 años). Los grandes linajes de Castilla y Andalucía se opusieron a la boda, afirmando que esta dinastía de  la familia Aviz no tenía la suficiente categoría para reinar en Castilla, lo que de alguna manera minaba la autoridad real, que era la verdadera intención nobiliaria.
Y ésta sería la causa principal de la caída de don Álvaro de Luna, maestre de la Orden de Santiago, condestable de Castilla y "soberano" durante tantos años. Fue decapitado en la Plaza Mayor de Valladolid el 2 de junio de 1453, casi dos meses después del nacimiento de la princesa Isabel. Su degollación fue por mandato real y no por sentencia, ya que los jueces que instruyeron el proceso no encontraron suficientes
pruebas del delito que se le imputaba. En 1658 el Consejo de Castilla le declaró inocente de los muchos crímenes, excesos, delitos, maleficios, tiranías y cohechos que le habían imputado.
Cuenta la tradición y la leyenda que el rey estaba en Segovia, a donde fue en los últimos días de mayo para no encontrase en Valladolid con la ejecución de don Álvaro. En aquella misma mañana en que moría el condestable se desencadenó sobre Segovia una espantosa tormenta de varias horas, cayendo un rayo en el Alcázar cuyo resplandor le hizo alucinar al monarca con el espíritu de su valido decapitado, llegando incluso a afligirse de tal manera que cayó desmayado. Desde entonces enfermó de melancolía, pesaroso y arrepentido de su justicia, acosado por el fatal desenlace que dio a don Álvaro de Luna. Estas reacciones psicológicas a que alude la tradición,  podían  estar en consonancia con las presuntas patologías de su personalidad.
El rey se trasladó a Ávila y luego a Medina del Campo en busca de alivio, pero sintiéndose peor se marchó a Valladolid donde se encontraba su esposa doña Isabel, y en aquella ciudad murió en 1454, al año siguiente de su hombre fuerte y de confianza.
Don Alvaro de Luna, mandó Castilla en un tiempo en que los nobles buscaban sobre todo la consolidación, mejora y aumento de sus bienes y tierras, y el poder que  ello conlleva, sin importar modos ni maneras. Sin desdeñar su ambición personal se comporta como "un gobernante celoso del bien público y de la gloria de su soberano".Ganó, entre otras, la batalla de La Higueruela para su  rey, hecho histórico que se convirtió en un icono para la dinastía de Trastámara.
El cronista Alfonso de Palencia escribe sobre  esta relación entre el Rey y su condestable: "Como quiera que el rey don Juan ya desde su más tierna edad se había entregado en manos de don Álvaro de Luna, no sin sospecha de algún trato indecoroso y de lascivas complacencias por parte del privado en su familiaridad con el Rey”.
De él dirá el historiador don Fernán Pérez del Pulgar: "Es de saber que este Condestable fue pequeño de cuerpo y menudo de rostro; pero bien compuesto de sus miembros, de buena fuerza, y muy cavalgador, asaz diestro en las armas, y en los juegos dellas muy avisado. En el palacio muy gracioso y bien razonado, como quiera que algo dudase en la palabra; muy discreto, e gran disimulador: fengido e cauteloso, y que mucho se deleitaba usar de tales artes y cautelas,  ansí que parece que lo había a natura ".
A Juan II le sucedió en el trono su  heredero Enrique IV, hijo de su matrimonio con María de Aragón, quien reinaría en Castilla entre 1454 y 1474. Sobre él nos dicen las crónicas: “Sucedió en el trono vacante por la muerte de don Juan II, su hijo primogénito el Príncipe don Enrique, entre los reyes de Castilla el IV de este nombre. En Valladolid le alzaron por Rey los grandes que a la sazón allí se hallaron, el 29 de julio de 1454. Concurrieron al acto el marqués de Villena, don Juan Pacheco, que llegó a tener con don Enrique IV igual cabida que don Álvaro de Luna con don Juan II, don Pedro Girón, Maestre de Calatrava, diez condes, cuatro ricos hombre o señores sin título, los arzobispos de Toledo, Santiago y Sevilla, y once obispos entre ellos el de Ávila, don Alonso de Madrigal o el Tostado”. [7]
Isabel al quedar huérfana, abandona la Corte junto a su madre y su hermano Alfonso y se marchan los tres a vivir a Arévalo (Ávila), señorío de la reina que formaba parte de las arras de su contrato matrimonial. Según L Suárez “allí la reina pudo esconder su misantropía  que pronto degeneraría en desequilibrio mental”.
 En Arévalo, Isabel recibe su primera educación, en un ambiente en buena medida portugués por su madre, su nodriza María Lopes y damas que destacan, como su madre, por una profunda piedad, como Beatriz de Silva, una dama portuguesa, fundadora de las madres Concepcionistas en Toledo, a las que Isabel regaló el palacio
de Galiana de la ciudad imperial. También estuvo rodeada de algunos varones que han adquirido experiencia política con Álvaro de Luna, los toledanos Gutierre de Cárdenas y su pariente Gonzalo Chacón . Entre 1454 y 1461 Arévalo se convierte en el hogar de la entonces infanta en cuyo castillo también entabló una gran amistad con Beatriz de Bobadilla, hija del alcalde, y protectora de sus juegos infantiles.
Juan II había encomendado la educación de sus hijos pequeños a Lope de Barrientos, obispo de Cuenca y a Gonzalo de Illescas, prior de Guadalajara, persona muy relevante entre los jerónimos (orden exclusivamente española nacida en Lupiana, Guadalajara, en torno a 1374), bien implantada en los monasterios de El Prado, de Valladolid; El Parral, de Segovia; Guadalupe, Yuste, Santa María de la Sisla, en las proximidades de Toledo, y El Escorial), quien le relacionó con Fray Hernando de Talavera, monje jerónimo que sería su confesor y hombre influyente, conocido en la Corte como “el prior de El Prado”
También los franciscanos, tendrían una gran importancia en la profunda religiosidad de Isabel. Concretamente, los de Arévalo, la inculcarán la virtud de la pobreza. Influyen también en ella en estos momentos, Teresa Enríquez de Villagrán a la que llamaban “la Loca del Sacramento” por su gran devoción a la eucaristía (hija del tercer Almirante de Castilla y esposa de Gutierre de Cárdenas, señor de Maqueda y Torrijos), los monjes franciscanos Fray Lorenzo y Fray Martín de Córdoba, éste último gran teólogo y escritor español del Prerenacimiento.
Segúm el profesor  L. Suárez: este fraile escribió para Isabel una especie de  “libro de cabecera” que le pudiera servir  como un programa y orientación para toda su vida, titulado “El Jardín de las nobles doncellas”(1468-69) como regalo el 22 de abril de 1467, al cumplir los16 años.[8]
Fray Martín de Córdoba defiende en esta obra los derechos al trono de Isabel con alegaciones de tipo feminista propias de un humanista ya unido al Renacimiento. Él le dijo a la entonces Princesa: “Señora, aunque es hembra por naturaleza, trabaje por ser hombre en virtud”.[9] Deja claro en la obra indicada su voluntad de contribuir a la legitimación de Isabel como reina de pleno derecho.[10]
En Arévalo, donde Isabel llegó en 1454, junto a su madre y hermano menor Alfonso, desarrolla el primer decenio de su vida cotidiana entre la soledad y la tristeza que van a marcar su carácter y moldearán su personalidad inmersa en lecturas evangélicas y libros de piedad.
            Según la profesora Del Val, “Isabel fue aprendiendo y nunca olvidó que la dignidad de su personalidad regia exigía del lujo y la magnificencia cuando se mostraba en público, como forma de poner de manifiesto su poder y el de su reino. Pero paralelamente procuraba cumplir con aquello que su religión, según la interpretación de quienes estaban más cerca de ella, exigía una actitud en la que muy probablemente influyó su primera formación cristiana al lado de su madre y su abuela, y la influencia de los franciscanos de la villa de Arévalo. Encontramos un buen ejemplo en la carta que escribió a Fray Hernando de Talavera en 1493”:
“ Muy reverendo y devoto padre. Tales son vuestras cartas ques osadia responder a ellas, porque ni basto ni se leerlas como es razón; mas se cierto que me dan la vida y que no puedo dezir ni encarezer, como muchas vezes digo, quanto me aprovechan (...) Y esto os ruego yo mucho, que no os escuseys de escrebir vuestro parecer en todo, Empezé y acabo esta carta con tanto desasosiego -digo- porque estando escrebiéndome  (…) llegan con tantas ablas y demandas, que apenas se qué digo, y nunca la acabara, sino questube en la cama oy todo el dia, aunque estoy sana, sólo porque me dejasen, y aún ahora no me dejan (...). Acabo por no cansaros que aún yo no cansaba, más ruego os questa mi carta e todas las otras que os e escripto, o las quemeys o las tengays en un cofre debajo de vuestra llave, que persona nunca las vea, para volvérmelas a mi quando pluguiere a Dios que os vea; y encomiéndome en vuestras oraciones. De mi mano en Zaragoza a quatro de deziembre, y de camino para Castilla, que ya no ay placiendo a Dios por qué detenernos, que las Cortes de aquí a ocho dias tienen de plazo, y mejor venía que no se acabasen, porque no se quitase la hermandad con que se haze justicia, y sin ella nunca se haze aquí. Yo la Reyna. Ruego os que a todo esto me respondays luego.”.[11]
Su hermano, el rey Enrique IV de Castilla, casado en 1440 en primeras nupcias con doña. Blanca, hija primogénita del rey Juan II de Navarra (y hermana de padre de Fernando“el Católico”) hubo de separarse de ésta a los doce años de convivencia, dándose por nulo este matrimonio, en realidad no consumado. Según los cronistas de la época “estaba incorrupto como había nacido”.
 La sentencia de nulidad de este matrimonio fue confirmada en Roma en 1453. Aún era príncipe Enrique IV; pero pocos meses después de la disolución canónica del vínculo, en julio de 1454, llegó a ser rey tras la muerte de su padre Juan II de Castilla y de León El nuevo rey contrajo un segundo matrimonio con doña. Juana, de dieciséis años de edad (“muy desenvuelta en su comportamiento”), infanta de Portugal, hija del rey D. Duarte y hermana de Alfonso V “el Africano”. El drama conyugal se repitió. Los reyes vivieron juntos cerca de siete años sin señales, al menos sensibles, de intimidad, lo que no fue obstáculo para que, tanto el uno como el otro tuvieran evidentes experiencias fuera del matrimonio.
En 1461, Isabel y su hermano Alfonso son trasladados a Segovia, donde se encontraba la Corte, y mantenidos allí en rigurosa custodia, en palabras de la Princesa Isabel: “(…) yo no quedé en poder del dicho señor Rey, mi hermano, salvo de mi madre la Reina de cuyos brazos inhumana y forzosamente fuimos arrancados el señor rey don Alfonso, mi hermano y yo, que a la sazón éramos niños(…)”.[12]
Estaba cercano el 28 de febrero de 1462, fecha del nacimiento en Madrid  de la princesa Juana de Castilla, llamada más tarde “la Beltraneja”, hija de la reina Juana de Portugal[13] y presuntamente de don Beltrán de la Cueva, hombre de gran influenza en la Corte (noble, político y militar castellano, considerado valido de Enrique IV, junto a Juan Pacheco, marqués de Villena, y Miguel de Lucas Iranzo, condestable de Castilla). La paternidad de la niña quedó marcada con este infamante apodo estigmatizándose así desde la cuna a esta desgraciada criatura, que sin la menor culpa por su parte fue víctima del desbarajuste político y de la anarquía que ya venía destrozando a Castilla desde el advenimiento de los Trastámara. Fue pretexto para partidismos y banderías, siendo juguete de las rebeldías y ambiciones, piedra de escándalo para todo el reino y aún hasta objeto de  desprecio para su propio padre.[14]
El bautismo de la infanta Juana se celebró en marzo. Isabel sería su madrina en compañía de la esposa del marqués de Villena, siendo el arzobispo de Toledo, el turbulento Alonso Carrillo (que gozaba entonces de gran influencia en la Corte) el oficiante de la ceremonia religiosa. Fue el primer acto donde la princesa Isabel tuvo un destacado papel. En el contexto de estas buenas relaciones entre Enrique IV y el arzobispo Carrillo, el monarca le concedería una serie de privilegios para ganárselo a su causa.[15]
Un poco más tarde la princesa Juana  sería jurada en las citadas Cortes convocadas por Enrique IV, el 9 de mayo de 1462. El acto tuvo lugar en la iglesia de San Pedro el Viejo de Madrid. Isabel estuvo presente en la ceremonia y por primera vez asistió a una reunión de las Cortes castellanas. Al ser jurada Juana heredera, Alfonso pasaba al segundo lugar de la sucesión e Isabel al tercero. Unas horas antes de esta ceremonia, el marqués de Villena hacía levantar acta notarial protestando la nulidad de estos actos que, según él, se estaban reconociendo con amenazas y engaños, jurando como  sucesora a quien “de derecho no le pertenecía”.[16]
Más tarde, Enrique IV, acosado por los nobles, no tuvo inconveniente en reconocer su propia deshonra, haciendo jurar como Príncipe heredero de Castilla a su hermano Alfonso (1465), en perjuicio de doña. Juana a la que oficialmente ya había reconocido anteriormente como hija. Se afirmaba de esta manera la ilegitimidad de Juana y la ilegalidad de su juramento en las citadas Cortes de Madrid. Isabel permanece por el momento al margen de estas maniobras nobiliarias.
Según Tarsicio de Azcona, los intereses del marqués de Villena contra el descrédito de don Beltrán de la Cueva (yerno del viejo Marqués de Santillana) no estarían lejos de asignarle la supuesta paternidad de la princesa Juana. Esta hipótesis, corroborada de alguna manera por el propio rey posteriormente, toma cuerpo por la propia idiosincrasia del monarca y la desconfianza hacia su virilidad (de ahí el apodo de “ Impotente”) como consecuencia de no consumar su primer matrimonio.[17]
            La situación fue creando un clima de tensión nobiliaria a lo largo de  1465, entre los partidarios del marqués de Villena, enemigos del impresionante ascenso de Beltrán de la Cueva, cuando la princesa Juana contaba apenas tres años. La coyuntura forzó al rey a nombrar al príncipe  Alfonso (Según Menéndez Pidal, “era un rayo de luz en la siniestra Corte de Enrique IV”) su sucesor ese mismo año con la condición de que se casara con la princesa Juana, ante la rotunda negativa nobiliaria, que se reflejó en el llamado Memorandum de Medina del Campo, produciéndose la desembocadura del ambiente conflictivo  de tensión en la llamada Farsa de Ávila, que dividió al reino entre Enrique IV y el príncipe Alfonso cuya temprana muerte abrió el camino del trono a Isabel.
            El 5 de junio e 1465 los nobles unidos contra el rey, capitaneados por el marqués de Villena, depusieron en un bochornoso espectáculo a una imagen del monarca en el cadalso abulense, elevando al trono al príncipe Alfonso, que falleció justamente al mes siguiente, el 5 de julio de 1468.
Los miembros de la Liga[18], dirigidos por el arzobispo Alonso Carrillo se decidieron a escenificar este bochornoso acto sin precedentes El 5 de junio de 1465 alzaron un tablado junto a las murallas de Ávila y colocaron en él a un muñeco con los atributos regios, que arrancaron uno a uno. Arrojaron al pelele del trono y sentaron en él al joven infante Alfonso que pasó a denominarse Alfonso XII.
El cronista y capellán de Enrique IV, Enríquez del Castillo (1443-1503) nos ha transmitido un espléndido relato de la deposición indicada: “(…) Mandaron hacer un cadalso…, en un gran llano y encima del cadalso pusieron una estatua sentada en una silla, que decían representar a la persona del Rey, la cual estaba cubierta de luto. Tenía en la cabeza una corona, y un estoque delante de si, y estaba con un bastón en la mano. E así puesta en el campo, salieron todos aquellos ya nombrados, acompañando al Príncipe Don Alonso hasta el cadalso…, y entonces mandaron leer una carta mas llena de vanidad que de cosas sustanciales, en que señaladamente acusaban al Rey de cuatro cosas:
            Que por la primera, merescia perder la dignidad real; y entonces llegó Don Alonso Carrillo, Arzobispo de Toledo, e le quitó la corona de la cabeza. Por la segunda, que merescia perder la administración de la justicia; así llegó Don Álvaro de Zúñiga,. Conde de Plasencia, e le quitó el estoque que tenía delante. Por la tercera, que merescia perder la gobernación del Reyno; e así llegó Don Rodrigo Pimentel, Conde de Benavente, e le quitó el bastón que tenía en la mano. Por la cuarta. Que merescia perder el trono e asentamiento de Rey; e así llegó Don Diego López de Zúñiga e derribó la estatua de la silla en que estaba, diciendo palabras furiosas e deshonestas(…)”[19]
            La indicada Liga nobiliaria era impulsada por el arzobispo de Toledo, Alonso Carrillo, y sus sobrinos, el maestre de Calatrava, Pedro Girón,  y el hermano de éste el marqués de Villena. Era el enfrentamiento abierto con el Rey.
Se estaba preparando el caldo de cultivo para una guerra civil. Tras la muerte de Alfonso, en Cardeñosa (Ávila), el 5 de julio de 1468,[20]  Isabel, con diecisiete años,  pasa a un primer plano en la escena política como candidata al poder por parte de un sector de la nobleza que, en el fondo, espera contar con una persona manejable para poder desarrollar sus intereses personales y estamentales.[21]
            Ya en estos momentos la princesa Isabel comienza a tener un protagonismo irreversible de cara a su acceso al trono de Castilla. Sus partidarios de la alta nobleza optan por la negociación que encadenara una capitulación honrosa con su hermano Enrique IV.
            Los puntos relevantes para firmar la paz entre los grupos nobiliarios contendientes fueron: el reconocimiento de Isabel como princesa sucesora, reconciliación entre ambos hermanos y sus respectivos bandos y el sometimiento de todos a la obediencia de Enrique. De momento, Isabel tiene una tarea muy concreta: recoger el legado de su hermano Alfonso y presentarse como la única heredera al trono de Castilla. Irá consiguiendo pasar de infanta a princesa y luego a Reina.
            Isabel y Enrique deberían realizar un encuentro personal donde convergieran el reconocimiento y la reconciliación. Esto sucedió el 20 de septiembre de 1468 en el compromiso del llamado Tratado de los Toros de Guisando[22], donde se reconoce a Isabel como Princesa de Asturias[23], comprometiéndose  a casarse “con quien su hermano Enrique IV consintiese y determinase: el Rey se reserva el derecho a proponerla marido y la Princesa se reserva el derecho a rechazarlo”.
En Guisando Enrique IV no declara que su hija Juana es ilegítima; sencillamente la excluye de la línea sucesoria por miedo a un sector de la aristocracia. Isabel se presenta a este encuentro caballera a la jineta de una mula cuyas bridas eran llevadas nada menos que por el arzobispo Carrillo. De ese modo daba muestras de su poderío.[24] Allí se oyó al Rey proclamar a Isabel como “ Princesa primera y legítima heredera”.El primer paso para convertirse en Reina de Castilla estaba dado.
Tras rechazar como pretendientes a Alfonso V de Portugal y a Pedro Girón, maestre de Calatrava, huye de Ocaña donde estaba recluida y vigilada por el marqués de Villena, eligiendo definitivamente por esposo a Fernando de Aragón heredero al trono de este reino en el que gobernaba su padre Juan II. Otros aspirantes para la mano de Isabel fueron Ricardo, Duque de Gloucester, hermano de Eduardo IV de Inglaterra, y el duque Carlos de Guyenne, hermano de Luis XI de Francia
Recordemos que en abril de 1469 se celebraron Cortes en Ocaña para ratificar el Pacto de Guisando donde el marqués de Villena propone de nuevo a Isabel que contraiga matrimonio con el rey de Portugal Alfonso V, con el que ya se había realizado este intento en 1465, llegando de Portugal un embajador para renovar esta petición. Ella declina la oferta y Enrique IV le amenaza con encerrarla en el Alcázar de Madrid, lo que no llegó a cumplir. Estas Cortes tenían  dos objetivos fundamentales: jurar a Isabel como heredera y acabar con la anarquía existente a través de una reforma de gobierno[25]. En ellas tuvo lugar también el momento culminante del binomio “expansión señorial-resistencia antiseñorial”, que se expresó en una petición de los procuradores del tercer estado: se lamentaban amargamente de la política regia de concesión de mercedes a la alta nobleza, lo que era una llamada en toda regla a la resistencia antiseñorial en Castilla.
No sería Isabel la que rompió los acuerdos de Guisando sino el propio Rey al incumplir todas sus promesas y al tenerla semicautiva y bajo continuas amenazas, queriendo forzarla a una boda contra su voluntad e intentando además apartar a Isabel de sus derechos sucesorios, casando a la princesa Juana con el hijo del rey portugués. Enrique IV le acusaría, a su vez a ella, de romper los mismos acuerdos al casarse con persona sospechosa para Castilla, sin el consentimiento del Rey, y ello con falsedad en las formas por la bula pontificia presentada por el arzobispo Carrillo. Dadas estas circunstancias el Rey desheredaba a Isabel, ya que además las leyes del Reino sentenciaban a los menores de veinticinco años que se casaban sin la licencia paterna o de sus hermanos mayores bajo cuya protección vivían. Pero Isabel no estaba viviendo en la Corte bajo la protección fraterna sino que había sido llevada a la fuerza como indicamos anteriormente.[26]
            Su decisión de contraer matrimonio con Fernando fue el resultado de un fino cálculo político, el medio de concluir los prolongados enfrentamientos que habían suscitado en Castilla la intervención de la rama menor de los Trastámara, los infantes de Aragón, uniéndose de ese modo los dos únicos representantes de ambas ramas que venían creando lazos de parentesco entre las familias reinantes.
Los esponsales de Isabel y Fernando (entonces Rey de Sicilia) fueron firmados por los prohombres de ambos pretendientes en Yepes (Toledo) localidad cercana a Ocaña: “Pierres de Peralta (embajador en Castilla del rey Juan II de Aragón) se dirigió a Ocaña desde donde tendió sus redes diplomáticas en todas las direcciones. Pacheco era dueño de la villa. Carrillo había fijado su morada en Yepes, vecina villa de su arzobispado. Los agentes aragoneses Ferrer y Fatás se encargaron de tomar contacto con los íntimos de Isabel, Chacón y Cárdenas (sin olvidar a Alfonso de Quintanilla, su contador mayor y también hombre clave de todo su reinado) y de establecer estrecho contacto entre Yepes  y Ocaña, localidad en la que residió la Princesa desde la segunda decena de octubre hasta la marcha a Valladolid, en marzo de 1469, quizás los meses más decisivos de toda su vida”.[27]
Comienza así dicho documento:
Cartas de seguridad dadas por el arzobispo de Toledo Don Alonso Carrillo y el condestable de Navarra Mosén Pierres de Peralta; a los Señores Comendadores Don Gonzalo Chacón y Don Gutierre de Cardenas por lo que ofrecen aprovar, y ratificar cuanto estos tratasen en razon delos Desposorios de la Señora Princes Doña Isabel, con el Rey de Sicilia Don fernando (…)Por ende Yo el dicho Arzobispo de Toledo aseguro e prometo a vos los sobredichos Comendadores Gonzalo Chacón e Guiterre de Cardenas que los sobre dichos Reyes é cada uno dellos teznan, guardaran, é conplirán, todo de por ellos asi fecho, é prometido, é capitulado, é apuntado, é jurado, é tratado…segund  se asentó(…) Fecha fue en la nuestra Villa de Yepes a seis Dias de febrero, año de mill é cuatrocientos é sesenta é nueve años=Arzobispos Toletanus= E Yo el dicho Ferrand Martines, Secretario y Tesorero de la Dicha Señora Princesa fui presente á todo lo que dicho es en uno con los dichos Testigo (…)”.[28]
Inmediatamente, Gómez Manrique y Pierres de Peralta se dirigieron a Cervera (Lérida), donde estaba el príncipe aragonés. El día 7 de marzo de 1469 Fernando y Gómez Manrique firmaban unas nuevas capitulaciones matrimoniales. Según el cronista Palencia el día 14 de octubre tiene lugar la primera y única entrevista de los novios antes de su matrimonio.
El día 19 de octubre se celebró la ceremonia civil en el palacio de los Vivero, en Valladolid, en un acto público en el que Fernando prestó juramento de obediencia y cumplimiento de las leyes y fueros, cartas, privilegios, buenos usos y costumbres del reino, preceptivo en Castilla para todos los herederos y sucesores que les corresponde reinar. Al día siguiente tuvo lugar la ceremonia religiosa y la misa de velaciones en el altar mayor de la iglesia de Santa María la Mayor, principal iglesia de la ciudad entre el siglo XI y el XVI, en cuyos terrenos se levantaría posteriormente la catedral[29]. Aquella noche consumaron el matrimonio según las formas acostumbradas. Isabel se convierte en esposa del futuro rey de Aragón que pasaría a llamarse Fernando II.
Alonso de Palencia, secretario personal de Isabel fue el verdadero artífice de esta unión matrimonial, junto a Gutierre de Cárdenas, persona fiel que le prestó su ayuda en muchas ocasiones y en cuya casa vivió Isabel en momentos de apuro y necesidad encubierta.[30]Cárdenas, hombre de la máxima confianza de la princesa Isabel, sería el encargado de promover sus derechos al trono de Castilla. En sus negociaciones con Enrique IV ella se titula: “Isabel por la gracia de Dios, Princesa e legítima heredera subcesora en estos regnos de Castilla y León”.Estamos en una nueva etapa de su vida: ahora es la Princesa heredera del trono.
El arzobispo Carrillo había preparado anteriormente una bula papal falsa del papa Pío II, que llevaba fecha de 28 de mayo de 1464 (cinco años antes de la boda) para lograr la dispensa la consanguinidad de Isabel y Fernando (eran primos segundos, teniendo como antepasado común a Juan I de Castilla) y posibilitar la celebración del matrimonio. El sucesor de Pío II ( muere en 1464), Pablo II, se negaba a conceder la dispensa pontificia. Pero tras su fallecimiento, el nuevo Papa, el franciscano Sixto IV, después de una serie de negociaciones en las que estaban en juego múltiples intereses de un lado y de otro, promulga una Bula, concretamente el 1 de diciembre de 1471, que legalizó el matrimonio, aunque ya contaban con una dispensa extrasacramental del Legado Papal Veneris, de 19 de octubre de 1469.
Este matrimonio, cuya ceremonia fue oficiada por el arzobispo Alonso Carrillo (“Isabel estará siempre orgullosa de haberse casado libremente y de la mano de un gran prelado”) supuso el enfrentamiento entre Enrique IV e Isabel declarando el primero ilegal su nombramiento como Princesa de Asturias, reconociendo ahora a Juana como heredera legítima y desheredando a Isabel en la conocida como  Declaración de Valdelozoya, el 25 de octubre de 1470, originándose un nuevo período de luchas y caos político, estando apoyada Isabel por la familia de los Mendoza y Fadrique Enríquez, almirante de Castilla.
En diciembre de 1474 se producen dos hechos trascendentales: la reconciliación en Segovia entre Enrique, Isabel y Fernando, y la muerte del Rey la noche del 11 al 12 en Madrid, sin dejar testamento. El día 13, inmediatamente después de los funerales de Enrique IV, Isabel tomando como base el tratado de los Toros de Guisando, se proclama Reina de Castilla en Segovia, enfrente de la iglesia de San Miguel, a pocos metros de la Plaza Mayor. La ceremonia de proclamación era parte integrante del proceso de exaltación al trono. Lo ocurrido en Segovia debía ser difundido por todo el reino. El 16 de diciembre la Reina escribía a todas las ciudades con voto en Cortes para comunicarles su proclamación: “Os hago saber que después de proclamadas las exequias y honras, como a su real persona pertenecía, los caballeros y prelados que a la sazón conmigo se hallaron en esta muy noble y leal ciudad de Segovia, juntamente con el concejo, justicia y regidores de ella(…) me dieron la obediencia y prometieron la fidelidad con las solemnidades y ceremonias acostumbradas, según las leyes de mi reino lo disponen(…)[31]
Era una política de hechos consumados que provocará la guerra entre Isabel y sus partidarios, que apoyan una monarquía estable y consolidada, frente a Juana y sus aliados, curiosamente los que anteriormente la consideraban ilegítima, pretendiendo consolidar sus derechos feudales y relegar la monarquía a un plano meramente formal.
La situación de Castilla a la muerte del rey Enrique IV no era muy boyante : la nobleza dividida en bandos, los pueblos alterados y descontentos, el patrimonio real disipado, despreciada la justicia, corrompida la moneda, las Cortes sin autoridad y sin fuerza la monarquía. Este rey  no fue amado ni temido, aunque derramó las mercedes a torrentes, dando a unos porque les sirviesen, a otros por reducirlos a la obediencia, sufriendo la persecución de ingratos y traidores.
Según Tarsicio de Azcona: “La reina Isabel I de Castilla debió a una revolución injusta que el rey le declarase Princesa y  primera legítima heredera. En consecuencia y en conciencia, defendió con inaudito tesón dicho nombramiento. Esto le valió el trono y un reinado con más luces que sombras”.[32]
           Isabel, que en principio no tenía ninguna posibilidad de ser una figura protagonista en Castilla más que aquella que le proporcionaba su rango real de mujer segundota, ha pasado a ser Princesa de Asturias, madre y esposa y reina, comenzando su trayectoria como mujer de Estado y figura de la Historia de España.
 El 15 de enero del nuevo año de 1475 tiene lugar la denominada Concordia de Segovia o Acuerdo de Gobernación del Reino, por la que se definen las líneas maestras de la gobernación de los reinos de Castilla y Aragón y se produce un reparto de competencias entre ambos monarcas. Por dicha sentencia arbitral se reiteraban los derechos de Isabel como reina y propietaria de Castilla, sin desdeñar el objetivo de unir definitivamente las coronas de Castilla y Aragón, consolidando al mismo tiempo el Estado. Valga esta expresión de la citada Concordia: “nos la reyna Isabel,l legitima subcesora y propiestria de los dichos reynos”. Desde ese momento los esposos formarán un bloque imposible de dividir y con esa firmeza puedieron hacer frente al estallido de la guerra.
Se estipulaba que todos los documentos se redactarían en nombre del Rey y la Reina. El nombre del Rey aparecería primero, pero las armas de la Reina se colocarían delante:
 “La Reina se reservaría la provisión de cargos públicos en Castilla; los beneficios eclesiásticos se concederían de común acuerdo, pero en caso de conflicto decidiría la Reina; los asuntos administrativos y judiciales se regularían de común acuerdo cuando los reyes estuviesen juntos y si no por separado. Los reyes quedarían asociados en todos los actos del poder: no sólo los documentos oficiales estarían redactados en nombre del Rey y de la Reina, también el sello sería uno solo, con las armas de Castilla y Aragón, y del mismo modo, las monedas llevarían la efigie y el nombre de los dos soberanos.”
              Isabel, al empezar la guerra civil, da amplísimos poderes a Fernando. Cada monarca tendrá unos símbolos distintos que se repetirán tanto en las acuñaciones de moneda, como en edificios públicos, escudos, etc. El haz de flechas, atadas con una cuerda, identificarán a Isabel, mientras que el yugo con el nudo gordiano, aludirán a Fernando. Será precisamente de este nudo gordiano del que se deriva la famosa expresión “Tanto monta”, inspirada en Alejandro Magno y sus hazañas, y que al  parecer Antonio de Nebrija transmitió a Fernando quien la hizo suya como emblema personal, lo que llevó a Maquiavelo a inspirarse en él para escribir el famoso Príncipe.
           Para Ruiz Doménech, cuando Fernando se doblegó a los intereses de Isabel, dejó de ser por momentos el político que tanto alabarán Maquiavelo y Gracián para metamorfearse en el rey-soldado que deseaba la Reina y su grupo de amigos.[33]
A partir de  estos momentos, desde 1475 y hasta 1479 Castilla se va a ver envuelta en una Guerra Civil cuyo desarrollo y triunfo lleva a Isabel a ocupar definitivamente la Corona de este Reino. Sería reina de Castilla entre 1474 y 1504; reina consorte de Sicilia a partir de 1469 y de Aragón desde 1479.
La guerra civil o de Sucesión fue también una guerra internacional al participar en ella Portugal y Francia apoyando a Juana, mientras que Aragón rinde su apoyo a Isabel. La derrota portuguesa en las cercanías de Toro (1 de marzo de 1476) y las dificultades francesas para invadir tierras guipuzcoanas, gracias a la labor de la marina vasca, inclinan la balanza a favor del bando isabelino. Los Tratados de Alcaçovas-Toledo (septiembre de 1479 y marzo de 1480) ponen fin a la contienda y desde ese momento Isabel está firmemente asentada en el trono.
           En este conflicto tan decisivo para la trayectoria futura de Castilla, Isabel estaría también apoyada por sus grandes amigos entre los que destacaba el cardenal Pedro González de Mendoza y los aragoncistas castellanos. Mientras Juana contaba con el respaldo de Pacheco y Alonso Carrillo, arzobispo de Toledo (el prelado de la política banderista, descontento ahora con Isabel por el vertiginoso ascenso de los Mendoza) y su tío Alfonso V de Portugal, decidido a sostener su honor.
            Juana “la Beltraneja”, tras la guerra civil, eligió el retiro espiritual en el convento de Santa Clara, extramuros de Coimbra. Al acto de la profesión y como testigos, los reyes enviaron a Fray Hernando de Talavera y al doctor Alonso Manuel de Madrigal. El 15 de diciembre de 1480 se levantó acta notarial de la citada profesión. Era el cumplimiento de las Tercerías de Moura.[34]
            Por último, nos ocuparemos de describir a Isabel I “la Católica” como una doctae puellae en el conjunto de mujeres que tuvieron en Castilla una vigencia significativa, en el contexto de la denominada en Europa, Querella de las Mujeres.  
La Reina leía asiduamente entre sus libros el de la Vida Christi “Cartujano”, en latin, que mandó traducir a Fray Ambrosio de Montesinos para que “lo pusiese en la lengua familiar de nuestra Castilla y servicio de todos los devotos de España”. Este libro sería manejado y utilizado posteriormente para sus intereses místicos por Santa Teresa de Jesús o San Ignacio de Loyola.
Mandó imprimir también El Libro de las Donas para que sirviera de lectura edificable de la mujer. Instituyó el Tribunal de la Audiencia de los Descargos de su conciencia para atender en el menor espacio posible a todo el que tuviese una reclamación que hacer: “bienes perdidos en la guerra, pensiones de viudas, huérfanos de guerra contra los moros, etc”.
Las mujeres humanistas castellanas, las doctae puellae, fueron excepcionales, expertas en el saber clásico, ubicadas en el contexto intelectual propio del Renacimiento y  del Humanismo. Su extracción social era generalmente de la pequeña y alta nobleza, o bien de miembros de la Corte, de altos funcionarios o descendientes de personas ilustradas.                                                              
Entre ellas destacamos a Beatriz Galindo “la  Latina”(quizás la mujer más culta y refinada de su tiempo), Florentina Pinar (la primera poetisa conocida en lengua castellana), Luisa Medrano ( catedrática en la universidad de Salamanca), Teresa de Cartagena y Saravia ( sordomuda, monja y excelente  escritora), Luisa Sigea de Velasco (una niña prodigio que dominó pronto el latín, el griego y el hebreo, fascinando a los hombres cultos de la época) o Juana de Contreras, humanista perteneciente a la nobleza castellana.                                                                                                                 Asimismo debemos mencionar a otras doctísimas en letras latinas y griegas como Ángela de Carlet, Isabel de Vegara, Doña Mencía de Mendoza, y fuera del ámbito castellano a la valenciana Isabel de Villena que fue una religiosa y escritora, la primera conocida en lengua valenciana, con su obra “Corpus Christi”. Por último, citar por su importancia como doctae puellae a la italiana Laura Cereta,“una de las primeras mujeres feministas que defendía el derecho a la educación de la mujer”.                             Entre este colectivo de mujeres, la tradición cita siempre a la reina Isabel I y a sus hijas Juana, Catalina, Isabel y María. La propia reina fue una mujer versada en letras, poseedora de una extensa biblioteca y colección artística. Gran defensora del derecho de sus hijas a heredar y gobernar el puesto de su madre, haría de éstas, mujeres doctas en diversos conocimientos literarios, dominando a la perfección la lectura y la escritura (actividades complementadas con el tiempo de ocio cortesano, evitando así cualquier reseña de herejía frente a la Inquisición), como instrumentos necesarios para el autogobierno y la defensa de la Corona y de su propio puesto.                          Sobresalió en este sentido Catalina de Aragón, reina de Inglaterra y mujer de Enrique VIII, que destacó por ser la primera embajadora en la historia de la diplomacia española y cuya importante labor de mecenazgo y promoción hacia los humanistas fue muy relevante. Sería reconocida como una mujer importante por su gran preparación intelectual en general ,y humanista en particular, por Tomás Moro.

La Reina Isabel como estadista. Aspectos relevantes de su obra en Castilla y Toledo. Las Cortes de 1480.


Diferenciar las actuaciones de Estado de cada uno de los Reyes Católicos no es fácil, por lo que indicamos de antemano que, las que aquí señalamos como propias de la reina Isabel, no siempre guardan ese particularismo diferenciador.
Sí podemos indicar que Isabel siempre estuvo detrás de cualquier decisión importante como correspondía a su figura de estadista. Nunca se doblegó a las decisiones de los demás que no compartía ni en el ámbito peninsular ni internacional.
Fue una mujer portadora de una gran condición femenina y capacidad para el gobierno, anticipándose a su tiempo. Su reinado, junto al de su esposo Fernando, servirá de puente entre  dos épocas, la medieval y la renacentista.
En sus treinta años de reinado (1474-1504) se diseñó nada menos que la percepción y estructura de Castilla y de la Monarquía Hispánica para los siguientes doscientos años. Algo nuevo empieza en España, escribe Diego de Valera, a principios de 1476, en El doctrinal de Príncipes.
Adoptó algunas medidas que denotan su feminidad como la exigencia a su marido, el rey Fernando, de la norma jurídica mediante la cual las mujeres en Castilla podían reinar y no sólo transmitir derechos sucesorios. Norma vigente hasta el siglo XVIII que se sustituyó por la ley Sálica.
Entre sus primeras actuaciones significativas destacamos la imposición que realizó sobre la añeja rebeldía nobiliaria en Castilla, que tanto afectó al reinado de Enrique IV, poniendo orden en sus territorios. Inestabilidad política que venía arrastrándose desde tiempos de su padre Juan II y que se acrecentó en el reinado de su hermano Enrique IV. Castilla era el mayor reino peninsular dominado económicamente por la nobleza y la alta burguesía, y que tiene  en sus manos la producción lanera.
Ella siempre tuvo claro que era la Reina y dueña de Castilla desde la Sentencia Arbitral de Segovia. Sus actuaciones, entre otras, como Reina y estadista estuvieron enfocadas a: reforzar la monarquía autoritaria, impulsar el desarrollo económico de la burguesía, puso en el sitio que les correspondía a la nobleza y las Órdenes Militares, introdujo a Castilla en la diplomacia europea y la extendió por mundos desconocidos, modernizó el Estado, se comprometió y potenció el desarrollo de la cultura humanista y del Renacimiento, hizo del catolicismo la religión oficial excluyendo las otras. terminó la Reconquista e impulsó y favoreció la conquista de un Nuevo Mundo.
            Realizó una serie de medidas que ayudaron a sentar las bases del Estado moderno y a alcanzar la unidad territorial, proyectando la Corona como potencia internacional.
En materia religiosa dictó algunas leyes como la reforma de las órdenes religiosas, la creación de la Inquisición y la expulsión de los judíos. Los monarcas se erigieron los garantes de la Iglesia y de la conservación de la fe.
Junto a su marido Fernando participó en las grandes decisiones de Estado como, por ejemplo, la ocupación de Granada en 1492, último de los reinos en poder de los musulmanes en la Península Ibérica. Poco después decretaba la expulsión de los judíos, y en su nombre, y con su apoyo, Cristóbal Colón llegaba al continente americano. Su matrimonio con Fernando no podemos olvidar que fue el comienzo de una fase de unificación histórica.
La marcha hacia la unidad territorial se realizó desde y por Castilla, el reino peninsular más importante, con mayores recursos humanos y económicos y donde la monarquía tenía más libertad al no estar limitado su poder por las Cortes ni por los fueros nacionales.[35]
No podemos olvidar que la modernidad en el siglo XV pasaba por el concepto de uniformidad. En la época de la reina Isabel I, todos los Estados, todas las monarquías realizan un proceso de unificación en lo cultural, lo religioso, lo administrativo y las costumbres.
La política exterior de los dominios unidos por los Reyes Católicos estuvo igualmente dirigida por Castilla, que tuvo en cuenta tanto los intereses atlánticos castellanos como los mediterráneos de la Corona de Aragón. La confluencia de ambos llevarán a los Reyes Católicos a intervenir simultáneamente en Italia y en Flandes para contener a Francia, una de las mayores potencias europeas en los tiempos de Luis XI y sus sucesores.
En pocos años, Castilla, dirigida por el timón de la reina Isabel, logra superar las divisiones internas y la guerra civil endémica que arrastraba desde el siglo XIII, imponiendo su autoridad a nobles y ciudades y su hegemonía monárquica sobre todos los reinos peninsulares con la única excepción de Portugal.
La Reina se impuso con firmeza a la belicosidad de la nobleza presentándose ante el pueblo como una gran amante de la justicia, principal motivo de su popularidad. El pueblo llano ya estaba harto de los desmanes cometidos por los nobles en reinados anteriores con la anuencia de los reyes de turno. Veía de buen grado como la Reina recortaba las concesiones económicas a los nobles y ajusticiaba a los rebeldes como fue el caso del marqués de Pardo de Cela, principal culpable de las Guerras Irmandonas en Galicia, o creándose instituciones para proteger a los más desfavorecidos como las citadas Audiencias o Chancillerías, además de extender el nombramiento de corregidores a todas las ciudades.
También fueron ejemplos de tensión y enfrentamientos heredados por los Reyes Católicos en Castilla los conflictos que protagonizaban judíos, conversos, criptojudíos y cristianos viejos. Es en este clima crispado en el que deciden intervenir los Reyes de un modo radical resucitando el medieval tribunal de la Santa Inquisición, remodelado y vigilado por la Corona con la expresa aprobación del Papa.[36]
Castellanos, aragoneses y navarros, unidos bajo la dirección de Castilla, controlarán en la época moderna gran parte de Europa y América. De la mano de la reina Isabel I llegó a España el primer Estado moderno de la historia que ya se venía gestando desde tiempo atrás y que se plasmó en una Monarquía Católica que utilizó como esquema fundamental la unión de reinos que constituía la Corona de Aragón. Una Monarquía Hispánica que adquiere además proyección universal. La Castilla de Isabel miró hacia el Occidente, reconociendo en los nuevos súbditos otra forma de concretar esa misión que le había sido confiada desde que se ciñó la corona en Segovia. Un continente entero le fue entregado a Castilla para incorporar también a la Iglesia católica en el que las energías de la Reina estarán dedicadas a hacerles llegar la fe de Cristo hasta el último rincón de América.
Uno de los pilares de ese Estado viene marcado por lo que Luis Suárez denomina el máximo religioso, es decir, un orden moral que rige todos los asuntos del gobierno de  Castilla de la mano de la Reina Isabel.
Castilla, de la mano de los Reyes Católicos, realizó también una política de atracción del pontificado cuya colaboración era necesaria para que los monarcas asentaran su poder, ya que sus pretensiones eran las de nombrar a los obispos y controlar las órdenes militares, verdaderas potencias económicas y militares sin cuya colaboración y acatamiento la paz no sería posible en Castilla.
Aquí se celebraron, en el reinado de Isabel, I las dos convocatorias de Cortes más importantes de todo el reinado: las de Madrigal (1476) y posteriormente  las de Toledo (1480), hito fundamental en la reorganización política de la Corona de Castilla.
En ambas Cortes se hizo una llamada y se reguló la efectividad de la maquinaria institucional de la monarquía. Especialmente las de Toledo fueron claves para la construcción del Estado Moderno.
 Castilla, durante este reinado, contempló también el desarrollo de un importante elenco de producción literaria y artística (el arte en la mayoría de los casos estuvo al servicio de la exaltación de la grandeza de la monarquía) que se plasmó en la producción de numerosas obras culturales, como la normalización de la lengua castellana gracias a la gramática de Nebrija o la difusión de la imprenta, con la primera obra impresa en 1472: El Sinodial de Aguilafuente.
La Reina poseyó una gran y selecta biblioteca y fue una gran promotora y coleccionista de obras de arte, así como una mecenas relevante. Fundó una biblioteca en el monasterio de San Juan de los Reyes y otra en el alcázar de Segovia, así como su legado bibliófilo a la capilla real de Granada. Tenía un excelente equipo de copistas y encuadernadores para estos menesteres bibliográficos  Entre 1499 y 1503 se hizo un inventario de sus libros lo que nos permite conocer sus preferencias lectoras.
Isabel I fue una Reina que tuvo una gran actividad viajera, aspecto que llama la atención por su inclinación a la vida itinerante. Entre los lugares donde residió citaremos a Segovia, Ávila, Valladolid, Toledo, Dueñas (Palencia), Tordesillas, Burgos, Zamora y Extremadura, entre otras ciudades y poblaciones. En estos desplazamientos habita en alojamientos ajenos, utilizando normalmente casas nobiliarias (como la de los Condestables en Burgos, la famosa “Casa del Cordón”) o monásticas o campamentos militares en épocas de confrontaciones bélicas como en la Guerra de Sucesión o la conquista de Granada.



La Reina Isabel y Toledo. Las Cortes de 1480.

Toledo históricamente ha sido mecenas de ese saber prohibido, velado, cargado de magia atesorada en sus callejones que albergan, tras su empedrada y recia muralla, innumerables secretos entre la luz y la tiniebla.
Decir Toledo en esa época era decir inquietud y confrontación. Ciudad de facciones nobiliarias y bandos permanentes en los que participaba sin rebozo el cabildo, corporación formada mayoritariamente por vástagos de las grandes estirpes castellanas. La Reina sabedora de estas circunstancias que venían ya de años atrás, tomará partido en su abolición, imponiéndose a ellas como a otras coyunturas similares. Toledo no era una ciudad aislada de luchas internas y tumultos nobiliarios.
La inestabilidad política y social era, no obstante, una constante en Castilla desde tiempos atrás, y premisa de primera línea en la mente de la Reina, cuyas circunstancias había vivido desde tiempos de su padre.
    La pugna de bandos nobiliarios principalmente motivaron el nombramiento por primera vez en la historia de Toledo, de un corregidor, Gómez Manrique, que era procurador por la misma ciudad. Ocupó su cargo de corregidor en esta ciudad desde el 17 de enero de 1477 hasta su fallecimiento en 1490. Siempre tuvo una excelente relación con la Reina católica. Recordemos que intervino para concertar los desposorios entre Isabel y Fernando de Aragón y él fue el encargado de escoltar a Fernando por tierras castellanas para la celebración de su boda con la entonces infanta Isabel.
Era sobrino de don Iñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, nieto de Don Diego Hurtado de Mendoza y hermano del maestre Rodrigo Manrique. Estuvo casado con Juana de Mendoza, camarera mayor, consejera  preceptora y guarda de las damas que se educaban en la Corte, y amiga de la Reina Isabel.
A propósito de estos hechos, reproducimos el original y la trascripción de la carta dirigida por la reina Isabel a Gómez Manrique, dada en Valladolid el 18 de febrero de 1477. La carta, escrita con su puño y letra, es un fiel reflejo de su carácter. Autoriza al poeta a ir a la corte haciéndole  recomendaciones al respecto. Se trata  de una licencia oficial para que Gómez Manrique apresure su viaje en atención al estado de salud de su mujer, Juana de Mendoza, a la que están dirigidas, por cierto, las obras de la monja sordomuda, escritora mística  y doctae puellae, Teresa de Cartagena.
La importancia de esta misiva es la de ser uno de los pocos documentos conservados en España con texto autógrafo de la reina Isabel I.[37]







TRANSCRIPCIÓN





El citado corregidor toledano pronto dio, una vez más, muestras a los Reyes de su fidelidad y de sus dotes de gobernar, afrontando con inteligencia y valor diferentes conjuras auspiciadas por el turbulento prelado, el arzobispo Alonso Carrillo, defensor ahora de los intereses del rey Alfonso V de Portugal ,de  Juana “la Beltraneja” y del marqués de Villena. Contra este último dirigió sus tropas en la primavera de 1479 con la finalidad de ocupar su castillo de Escalona. En esta campaña, cerca de las puertas del castillo de Garcimuñoz, moriría su sobrino, el insigne poeta Jorge Manrique, el protagonista de las famosas Coplas a la muerte de su padre.
Durante su mandato se comenzó la construcción de muchas Casas Consistoriales dejando escritas en el ayuntamiento de Toledo la mejor comunicación de su gobierno, las dos famosas quintillas que admiramos en la escalera principal de esta institución municipal:       

“Nobles, discretos varones que
gobernáis a Toledo en aquestos
escalones desechad las aficiones,
codicias, amor y miedo.

Por los comunes provechos dexad los
particulares: pues vos fizo Dios
pilares de tan riquísimos techos,
estad firmes y derechos.”

Su talento de excelente gobernador perdura en nuestro Siglo de Oro, tanto que Lope de Vega lo introduce en alguno de sus dramas.
La importancia de Toledo era realmente significativa especialmente por la situación socioeconómica de su arzobispado. Los obispos de Toledo no tenían fisonomía de monjes ni de frailes sino de señores y a veces de monarcas. De hecho eran capaces de quitar y poner coronas. Muchos de los prelados de Toledo, practicaron la turbulencia política y militar en la época de la mayoría de los monarcas de la dinastía Trastámara, como fue el caso del belicoso y partidista arzobispo Alonso Carrillo. No olvidemos que representaban a la Iglesia primada de Castilla y procedían de las filas de los parientes reales y de la alta nobleza castellana.
En Toledo comenzó también la reforma de las órdenes religiosas puesta en marcha por el cardenal Cisneros, iniciándose por los franciscanos. La iglesia de Toledo era la primada de Castilla y el espejo de las iglesias de España. Sus primados procedían de las filas de los parientes reales y de la alta nobleza castellana.
En relación con la religión y Toledo parece necesario citar el documento más antiguo  que hemos encontrado en los archivos toledanos referido a esta ciudad. En él se recoge la restauración por parte del rey Alfonso VI del culto cristiano en la Catedral de Toledo, el día 18 de diciembre de 1086. Su texto es de suma importancia para la historia de la capital toledana.[38]
A esta ciudad acude Isabel buscando aliados en la Guerra Civil Castellana  mandando cartas a la ciudad para asegurarse su obediencia, prometiendo a los toledanos a cambio respetar sus privilegios  perdonando sus alteraciones pasadas.
Posteriormente visitaría la ciudad en la primavera de 1475 donde fue muy bien acogida, para intentar sin éxito reconciliarse con el arzobispo Alonso Carrillo que perdería posteriormente todos sus bienes. También lo haría en 1477 para celebrar el triunfo de la batalla de Toro, dejando la ciudad a finales del mes de febrero y quedando ya nombrado Gómez Manrique como corregidor con el mandato expreso de imponer el orden en la ciudad de forma tajante y de aniquilar todo tipo de bandos nobiliarios.
El 8 de febrero de 1483, a petición del Ayuntamiento de Toledo, que se quejó de que en la ciudad, tanto los cristianos como los moros y judíos trabajaban los domingos, los Reyes Católicos mandaron que se cumpliese la disposición que en 1387 se había acordado en las Cortes de Briviesca, prohibiendo que nadie trabajase en domingo ni en días festivos y que, en esos días, los moros y los judíos no trabajasen en público ni en lugares privados.
Asimismo los Reyes Católicos, en consonancia con sus principios de gobierno y la legislación precedente, decidieron aplicar las leyes discriminatorias y segregacionistas, relativas a judíos y mudéjares, promulgadas en el Ordenamiento de Valladolid de 1412 (las cuales limitan sensiblemente la libertad de los judíos y su participación en la vida pública, anulando la autonomía política de las aljamas y los fundamentos de su vida económica) que fueron confirmadas en la Sentencia Arbitral de Medina del Campo de 1465, pero que no venían teniendo efectos prácticos en la Corona de Castilla.
Isabel y Fernando aprovecharon todos los conflictos urbanos para intervenir en las ciudades (caso de Toledo) e imponer el orden monárquico en beneficio propio, intentando atraerse a los sectores más influyente de éstas. En el plano económico la intervención real se centra especialmente en los asuntos relacionados con la fiscalidad (sisas y alcabalas) y con el comercio. La actividad de los cambistas es otro de los ámbitos económicos en que intervienen los Reyes. Este fue también el caso de Toledo.
Entre los documentos Oficiales que relacionan a los Reyes Católicos con Toledo tenemos El registro General del Sello , conservado en el Archivo General de Simancas (AGS) que nos permite conocer las relaciones de estos monarcas y de sus consejos con la ciudad de Toledo, aunque es evidente que muchos de los documentos enviados a la ciudad han desaparecido.
Ante la carencia de libros de acuerdos municipales es de gran utilidad para conocer las resoluciones del ayuntamiento de Toledo durante el reinado de los Reyes Católicos el Cuaderno copiador de ordenanzas difundido mediante pregón entre 1457 y 1518. Notable interés tiene la documentación otorgada por estos Reyes a la ciudad de Toledo.[39]
Asimismo debemos destacar una real provisión fechada el 6 de mayo de 1504 como el último documento que lleva la firma autógrafa de la reina Isabel (También lleva la del Rey) y sabemos por éste y otros que están en el AMT que la reina Isabel estuvo en al ciudad en mayo de 1475 y en septiembre de 1502, así como que ambos monarcas firmaron allí documentos entre febrero y marzo de 1477 y entre marzo y julio de 1480 con motivo de la celebración de las Cortes.

REAL PROVISIÓN DE 6 DE MAYO DE 1504. ÚLTIMO DOCUMENTO QUE LLEVA LA FIRMA AUTÓGRAFA DE LA REINA ISABEL



Es muy relevante la documentación municipal del citado Archivo Secreto que nos da muestras sobre la colaboración de la ciudad de Toledo en las campañas seguidas por los Reyes contra el reino de Granada. Por ejemplo el 16 de mayo de 1482, por una Real Cédula dada en Córdoba, los Reyes solicitan de forma constante a Toledo el envío de peones, ballesteros, lanceros y especialmente de espingarderos, así como de dinero, hasta el final de la campaña nazarí.
Fue también muy significativa la labor  de los monarcas en Toledo, ordenada de forma directa o indirecta, relacionada con la salubridad e higiene de la ciudad, como la construcción del alcantarillado y el empedrado de sus calles ordenado por el rey Fernando en un carta de 23 de diciembre de  1502, conservada en el mencionado Archivo Secreto.[40]
Adaptaron espacios públicos(calles más anchas, plazas públicas, fuentes, conductos de higiene, pavimentación, etc, que de alguna manera cambiaron aspectos del armazón medieval de la ciudad. En ello influyeron, entre otros aspectos, la presión del aumento demográfico y las mejores condiciones económicas de las últimas décadas del siglo XV y principios del siglo XVI[41] dando los Reyes Católicos muchas disposiciones al respecto.
Los  años 1479 y 1480 fueron muy importantes para la vinculación entre la ciudad de Toledo y los Reyes Católicos.
Sólo en Toledo me he sentido necia, dijo la Reina Católica a su llegada a esta ciudad tras el gran recibimiento que le hicieron con motivo de la celebración de las Cortes de 1480. En ella dio gracias al Santísimo por la victoria de Toro que le ascendió al trono de Castilla.
En Toledo encontró la Reina a algunos de sus más fieles e importantes colaboradores eclesiásticos y laicos como fue, en principio, el citado arzobispo Alonso Carrillo, tan amante de la guerra, la alquimia y  las letras, quien creó en torno a él un gran círculo cultural con personajes muy interesantes entre los que destacó también el mencionado Gómez Manrique, el creador del teatro castellano.
Citar también a Gutierre de Cárdenas, Gonzalo Chacón y al propio Gómez Manrique y al también toledano Fray Hernando. de Talavera, su confesor, al que llamaba “mi santo”, consejero íntimo y confidente, del que algunos historiadores señalan que tenía más confianza en él que con su propio marido. El citado jerónimo escribió la obra dedicada a Isabel y titulada Lores del Bien aventurado Señor San Juan.[42]
Para conmemorara la decisiva  batalla de Toro, en honor del nacimiento del Príncipe Juan y por su gran devoción a San Juan Evangelista, decide la Reina Isabel I construir en Toledo el monasterio de San Juan de los Reyes (verdadero panegírico en piedra de la propaganda política isabelina) en un solar de unas casas que habían pertenecido al duque de Alba. Su construcción duró desde el año siguiente de la batalla de Toro hasta 1504, es decir prácticamente lo que el reinado de Isabel “La Católica”. Este monasterio sería posteriormente la escala del féretro de la Reina en su camino hacia Granada, el 28 de noviembre de 1504, por deseo propio expresado en su testamento. [43]
La reina Isabel pariría, en esta ciudad, en 1479 su tercer hijo, la princesa Juana , su sucesora en el trono. Posteriormente serían jurados, el 22 de mayo de 1502, ella y su marido en la catedral como herederos del trono, en cuyas puertas también se forjó la leyenda mítica del caso del Niño de la Guardia cuya repercusión fue importante en la expulsión de los judíos.
También en Toledo, en la catedral, que fundó el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, serían jurados la princesa Isabel y su esposo el rey don Manuel “el Afortunado.” Indicar al respecto que en 1493, en pleno reinado de Isabel I, se termina de construir la catedral de Toledo, según consta en una inscripción situada en el paramento interior sobre la puerta de los Escribanos.
 La relación de los Reyes Católicos con Toledo, además de su constancia en el citado Archivo Secreto, se refleja asimismo en trascendentes documentos- cuarenta y uno en concreto- pertenecientes a su Cabildo de Jurados, mediante cartas y cédulas reales firmadas por los dos monarcas o de forma separada, como las cartas fechadas el 3 de marzo de 1475 y el 25 de octubre de 1509. La mayoría de estos documentos tratan temas de orden interno de gobierno de la ciudad. Entre 1505 y 1515, una vez fallecida la Reina Católica, la ciudad volvió a vivir una vez más el renacimiento de las confrontaciones nobiliarias como fue el caso de los Ayala y los Silva o entre los condes de Fuensalida y de Cifuentes.[44]
Pocas ciudades españolas han estado tan vinculadas a la vida y a la obra de Isabel “la Católica” como Toledo, ciudad de incalculable valor estratégico para su política de unidad  territorial.
Hay dos momentos históricos a partir de los cuales observamos cómo Toledo pierde importancia política. Uno es cuando se produce la toma de Granada, cuya referencia e importancia pasa al primer plano e incluso se produce la inclusión de “la granada”en el escudo de los Reyes Católicos. El otro es a partir de la muerte de la Reina Isabel, en 1504, disminuyendo la relación de la ciudad con las estructuras del poder monárquico.


Las Cortes de 1480


Fueron el acto institucional más importante en el que participa la Reina Isabel en Castilla y en Toledo.Estas Cortes, convocadas oficialmente el 13 de noviembre de 1478, fueron retrasadas por las necesidades de la guerra civil y las negociaciones de paz. Se pretendía cerrar un período de crisis y desorden y comenzar una nueva etapa de paz y de reorganización del reino. Realmente se pusieron en marcha en 1479 en la iglesia de San Pedro Mártir.
Los Reyes Católicos, en la sesión inagural, después de invocar a la Santísima Trinidad, explican las causas de la reunión de dichas Cortes: “Acordaros de enviar mandar a las ciudades e villas de nuestros Reynos que enviasen los dichos procuradores de Cortes así para jurar al Príncipe nuestro fijo, primogénito heredero destos Reynos, como para entender con ellos e platicar e proveer por leyes, para la buena gobernación destos Reynos”.       
Como prólogo los Reyes encargaron al doctor Alfonso Díez de Montalvo que revisase y ordenara la legislación vigente para publicarla como un código conjunto, obra que se terminó en noviembre de 1480 y pasó a ser conocida como el “Ordenamiento de Montalvo”.A partir de ahora la potestad legislativa de los monarcas se basaría en este ordenamiento y se expresaría a través de pragmáticas que lo completarían y aclararían. Las leyes serían para los monarcas los pilares de su edificio político que se proponían levantar. La ley y su respeto era la garantía de una convivencia en orden y en paz.
Los procuradores comenzaron a llegar a Toledo en el mes de enero, dándoles un trato muy favorable para ganar su voluntad. El cardenal Mendoza se encargó de establecer los principios de legitimidad y Fray Hernando de Talavera de definir los deberes de compensación por los daños causados durante la guerra civil. El preámbulo del Ordenamiento de las Cortes de Toledo comienza invocando la victoria en la guerra y la consiguiente paz del reino lograda por la Corona.[45]
Esta asamblea marcaría el futuro institucional de Castilla y pondría las bases del Estado nacional. En ellas se forjó un programa de reformas que se  pondrían en práctica en los veinte años siguientes y que iba enfocado deliberadamente al fortalecimiento del poder real.
Fueron probablemente el acontecimiento legislativo y administrativo más importante del reinado de los Reyes Católicos e incluso de toda la Edad Media española. Bisagra entre el Medievo y el Estado moderno renacentista se acentuó en ellas el ejercicio del poder sobre su división tripartita, adelantándose de esta manera tres siglos al planteamiento teórico de Montesquieu. Toledo queda así encumbrada como “caput Hispaniae”.
Se eligió Toledo para celebrar las Cortes, entre otras razones, para curar un proceso de agitación interna en esta ciudad que había durado casi sesenta años, pensando además en  jurar en ellas al Príncipe Juan, ordenar la legislación y realizar la promulgación de nuevas y necesarias leyes, así como desarrollar las obras del citado monasterio de San Juan de los Reyes. En estas Cortes, entre otros aspectos de considerable importancia, fue donde se estructuró de forma definitiva la nacionalidad española.
En ellas los monarcas consolidaron la monarquía autoritaria frente a las formas feudales existentes, siguiendo la línea política del pensamiento cesarista marcada por Alfonso X en Las Siete Partidas, y acorde con la política imperante en Europa cuyos representantes más relevantes son Luis XI en Francia, Enrique VII Tudor en Inglaterra, y el emperador Maximiano en Alemania.
Reafirmaron la autoridad monárquica de acuerdo con la nobleza y frente a las ciudades, cuya participación fue meramente simbólica. En ellas se reorganizó la administración de la justicia con un nuevo sistema de tribunales, audiencias y chancillerías de las diversas instancias, así como  el Consejo Real Éste se transformó en un órgano ejecutivo de gobierno y asesor de los monarcas  al que se vinculó la dirección de la Mesta. Estaría integrado por un prelado, tres caballeros y hasta ocho o nueve letrados, ya no sólo eran magnates los integrantes del principal órgano de gobierno[46].
 Los Reyes pidieron a Roma que ningún cargo eclesiástico fuera provisto sin su consentimiento, lo que les permitió controlar al clero castellano. Después de estas Cortes se puso en marcha la Nueva Inquisición y la figura del corregidor, un representante del poder real con facultades judiciales y políticas en la vida municipal. De sus deliberaciones salieron la normativa institucional necesaria para la configuración del Estado moderno.
Las Cortes de Madrigal de 1476 y las Cortes de Toledo de 1480 ordenaron la aplicación de las leyes que establecían la reclusión de judíos y mudéjares en barrios apartados, la prohibición de practicar ciertos oficios y la obligación de llevar señales, al tiempo que les estaba vedado el uso de vestidos ricos, reservados al estamento nobiliario, se les prohibía tener criados cristianos, comprar propiedades territoriales por un precio mayor a los 30.000 maravedíes (80 ducados), así como ejercer todo cargo público que conllevase cualquier tipo de jurisdicción sobre los cristianos, a lo que se unió la limitación de los intereses en los préstamos. En concreto, las Cortes de Toledo dan a los concejos un plazo de dos años para trasladar y segregar a los judíos a barrios aislados, rodeados de murallas, para evitar su perniciosa influencia sobre cristianos y conversos.[47]
 La Reina Isabel tomó también en estas Cortes la decisión de liberar de impuestos a los libros importados para facilitar su recepción y difusión. Del mismo modo se tomó la relevante resolución de terminar la guerra de Granada, el sueño acariciado por los cristianos peninsulares durante ocho siglos de Reconquista .Toledo se ponía por delante del resto de las diócesis españolas abanderando las contribuciones económicas para dicha gesta. 
Otras decisiones significativas tomadas en estas Cortes fueron: la promulgación para construir casas-ayuntamientos en todas las poblaciones ,y se ratificaron los tratados firmados en Alcaçobas en 1479
. El sistema de corregidores fue man­tenido íntegramente, aunque obligan­do a éstos a someterse a una inspec­ción o juicio de residencia al finalizar su mandato. En estas mismas Cortes, los Reyes tomaron claramente postura a fa­vor de la ganadería (era la principal fuente de ingresos del país y se hallaba controlada por la nobleza) al prohibir el cobro de los impuestos sobre el ga­nado creado después de 1464.
El centro de la monarquía dual y autoritaria de los Reyes Católicos (que por cierto nunca se titularon reyes de España) basculó enseguida hacia Castilla, ya que era el territorio más extenso, poblado y dinámico económicamente. Era un territorio más compacto que la Corona de Aragón formada por seis reinos distintos (Aragón,  Mallorca,  Valencia,  Sicilia, Córcega, Cerdeña) y que mostraba menor oposición al intervencionismo real.[48]
Las Cortes fueron clausuradas el 28 de mayo dándose publicidad al ordenamiento de las mismas.



[1] Rey de Sicilia (Fernando II, 1468-1474), Rey de Castilla y León (Fernando V, 1474-1504), Rey de Aragón (Fernando II, 1479-1516), Rey de Nápoles (Fernando III, 1503-1516), y regente de Castilla y León (1506-1516) en nombre de su hija, la reina Juana
[2] PÉREZ, J. La época de Isabel I. Biblioteca virtual Cervantes.
[3] En 1499, poco antes de su muerte, la Reina Católica obligó a entrar en este convento de agustinas de Madrigal a dos hijas naturales del rey, llamadas Doña María y Doña Mª Esperanza de Aragón. Posteriormente Carlos V cedió este convento a las madres agustinas allá por 1525 por este motivo y para que mejoraran su alojamiento.
[4] RUIZ DOMÉNEC, J.E (2006). Isabel la Católica o el yugo del poder. E. Península. Barcelona, p 24.
[5] FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, M. (2003). Isabel la Católica. Biblioteca Manuel Fernández Álvarez. Biografías y memorias. Madrid, Espasa Calpe.
[6] SUÁREZ, L (2000). Isabel I, Reina. Ariel. Barcelona, p 8.
[7] COLMEIRO, M. Cortes de los antiguos reinos de León y de Castilla. Biblioteca Virtual Cervantes.
[8] SUÁREZ, L. Ob, cit, p10.
[9] RUIZ DOMÉNEC, JE (2006). Ob.cit, p 39.
[10] Véase al respecto GOLDBERG, H. (1974) Jardín de nobles doncellas, fray Martín de Córdoba. A critical edición and study, Chapel Hill. University of Norht Carolina, pp 135-136. y NIETO SORIA, J M. Ser reina: un sujeto de reflexión en el entorno historiográfico de Isabel la Católica. Universidad Complutense de Madrid.
[11] DEL VAL VALDIVIESO, I. (1474) La infanta que llegó a reinar. Isabel de Trastámara  e Isabel La Católica, Princesa (1468-1474). Instituo “Isabel la Católica” de Historia Eclesiástica. Valladolid.
[12] FERNÁNDEZ ÁLVAREZ. M. Ob., cit.,p 161
[13]  Posteriormente la reina Juana-apartada de la Corte- daría a luz dos hijos gemelos (Andrés y Pedro o Apóstol) fruto de sus presuntas relaciones adúlteras con D. Pedro Fonseca, sobrino del obispo del mismo nombre, y canciller de la Casa de la reina.
[14] FLORIANO LLORENTE, P.Problemas sucesorios de Enrique IV de Castilla. Universidad de Oviedo, pp 251-253
[15] Un ejemplo se puede ver en la BRAH: Privilegio de Enrique IV, rey de Castilla, por el que hace merced de la casa de Carrillo a don Alonso Carrillo, arzobispo de Toledo”. D-13, folios 398 a 400.
[16] SUÁREZ, L. Isabel, Reina.. Ob., cit., p17
[17] Juan II de Aragón (1458-1479) y I de Navarra (1425-1479), era hijo de Fernando de Antequera y de Leonor de Alburquerque. Se casó con Blanca de Navarra lo que le convertiría en rey consorte de este reino. Al morir su esposa Blanca, se negó a entregar el reino a su hijo y legítimo heredero el príncipe Carlos, “el Príncipe de Viana”. En 1444, Juan contrajo nuevas nupcias con Juana Enríquez, hija de Fadrique Enríquez, Almirante de Castilla Hijos de este segundo matrimonio fueron Fernando (el futuro marido de la Reina Isabel) Leonor, María y Juana; además tuvo numerosa descendencia en sus aventuras extramatrimoniales.
[18] En 1449 se forman Castilla una liga nobiliaria que tiene el apoyo de Juan II de Aragón y del futuro Enrique IV de Castilla. Este grupo se reúne en Coruña del Conde (Burgos) para conspirar contra el condestable de Castilla, Álvaro de Luna. Enrique IV  convierte la villa en Condado y se la dona a la familia Mendoza. Desde entonces Coruña pasa a denominarse Coruña del Conde
[19] Crónica del Rey Don Enrique en Quarto de este nombre, elaborada con posterioridad a los hechos. Se trata del texto medieval del que más copias se conocen, ejecutadas en los siglos XVI y XVII                                                                                                                                                       

[20] El infante Alfonso de Castilla fue sepultado junto a sus padres en la Cartuja de Miraflores (Burgos).. Su sepulcro, obra del escultor Gil de Siloe, está colocado en el lado del Evangelio de la iglesia del monasterio.
[21] Recordar que su hermano Alfonso  donó la villa de Medina del Campo a su hermana Isabel.
                                                                                                                                    
[22] SUAREZ. L. Ob, cita, p 43. Prefiere llamarlo  Pacto de Cadalso-Cebreros indicando lo erróneo de Pacto de los Toros de Guisando, ya que según él en esta explanada no se hicieron pactos. Se hicieron actos pero no se firmaron documentos.
[23] Recordemos que el título de Príncipe de Asturias se atribuyó por primera vez en las Cortes de Briviesca en 1387, reinando Juan I de Castilla, a todos los herederos de la Corona de España.
[24] FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, M, ob, cit, pp 120-121.
[25] NIETO SORIA, J (2006) La monarquía como conflicto en la Corona castellano-leonesa (1230-1504). Madrid. Espasa Calpe, p 291.
[26] FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, M. Ob., cit. p 161
[27]  AZCONA, T (1986). Isabel la Católica. Vol I .Madrid. Ed. Sarpe.. Biblioteca de la Historia de España. pp 126-128 y 134. 
[28] Seguro emitido en Yepes el 6 de febrero de 1469.BRAH. Documento: 9/6483/ folio 445 y ss. Recordemos que la localidad de Yepes pertenecía al Arzobispado de Toledo desde que Alfonso VIII se la donó después de la batalla de las Navas de Tolosa Así consta en el documento depositado en la BRAH: Colección Salazar y Castro, 9/237, C-15. Era arzobispo de la Sede toledana D. Rodrigo Jiménez de Rada., quien tuvo una participación relevante en la batalla señalada. Fue fundador de la actual catedral toledana y arzobispo de esta diócesis entre 1208 y 1249.
[29] SUÁREZ, L.(2004) Los Reyes Católicos. Madrid. Biblioteca de Historia de España, p 65.
[30] Cuando Isabel ve por primera vez a Fernando en el caserón de los Vivero, le susurró  Cárdenas“ese es, ese es”, quien luego puso en su escudo esas eses entrelazadas. (ALCALÁ, A., ob cita, p 24).
[31] SUÄREZ., op cit., p 24
[32] AZCONA, T (2004).Isabel de Castilla, bajo el signo de la Revolución (1464-1475).Valladolid.
[33] RUIZ-DOMÉNECH, J. E (2004).Isabel la católica o el yugo del poder Ed. Península. Barcelona.,p 87.
[34] En paralelo al tratado de Alcaçovas se negociaron las llamadas Tercerías de Moura, que resolvían la cuestión dinástica castellana. A Juana de Castilla, rival de Isabel por el trono de Castilla, se le imponía renunciar a todos sus títulos castellanos y se le ofrecían dos alternativas: la reclusión en un convento portugués o la boda con el príncipe heredero Juan de Aragón y Castilla, si éste así lo decidía al cumplir los catorce años. La excelente señora, como la llamaban en Portugal, eligió la opción religiosa, Concertaban la boda de la infanta Isabel, primogénita de los Reyes Católicos, con el heredero del rey portugués llamado don Alfonso que se celebró en 1490.


[35] MARTÍN, J .L (1999). Historia de España: De la reconquista a los Reyes Católicos (siglos XIV y XV). Ed. Espasa. Madrid, p 139.
[36] Las horribles matanzas de judíos de 1391(por ejemplo en Sevilla y Toledo) que habían provocado numerosas conversiones muchas de las cuales obedecían al miedo y no fueron sinceras, lo que provocó un clima de recelos y tensiones, sospechas y odios. Alonso de Espina, franciscano, escribió una obra titulada  Fortalitium Fidei en la que habla de los peligros que para el cristianismo proceden de los herejes, musulmanes, los diablos y los judíos. Entre las víctimas de las matanzas se encontraban destacados artesanos, poetas y hombres de letras.
[37] AMT. Privilegios Reales y Viejos Documentos I. Ob, cit. Documento número XIII .Isabel I.
[38] ACCT Sig.D.2. Fol 1.1..Existe una copia en el AMT en la obra titulada: Privilegios reales y Viejos. Documentos I. Signatura 49.Se trata de quinces textos datados entre 1086 y 1566 de gran importancia para la historia de la ciudad de Toledo.
[39] GARCÍA RUIPÉREZ, M. La documentación del Archivo Municipal de Toledo y los Reyes Católicos .Fondo del Cabildo de Jurados y Archivo Secreto, cajón 7, legajo 1, número 9.
[40] Ver también al respecto la publicación de Eloy Benito Ruano: “El antiguo empedrado de las calles de Toledo”. Centro de estudios de los Montes de Toledo y la Jara, pp 143 a 146.
[41] Véase al respecto: MARÏAS, F (1983). La arquitectura del Renacimiento en Toledo (1541-1631),T.I pp: 126 y ss.
[42] GÖMEZ GÖMEZ  J. M  Isabel la Católica y Toledo. Ediciones 77. Talavera Gráfica. S.L, pp 7-16
[43] AMT. Archivo Secreto, cajón 1, legajo 4 número 64r.
[44] Los detalles de estos enfrentamientos nobiliarios se pueden consultar en la obra del cronista Pedro de Alcocer, publicada en 1872, titulada: Relación de algunas cosas que pasaron en estos reinos desde que murió la Reina Católica doña Isabel hasta que acabaron las Comunidades en la ciudad de Toledo. Sevilla, Imprenta de Rafael Tarascó.
[45] PÉREZ SAMPER, M. A.(2004) Isabel la Católica. Barcelona. Plaza Janés ,p 238 y ss.
[46] En las Cortes de Toledo de 1480 los Reyes Católicos lo dotaron de mayor entidad jurídica e institucional, así como regularon la naturaleza de la composición de sus miembros: un presidente (eclesiástico), dos o tres nobles y ocho o nueve letrados. Tras esta reforma el Consejo quedó muy vinculado a la voluntad real.
[47] SUAREZ, L. J (1980). Judíos españoles en la Edad Media, Madrid, pp. 263-264.  AMADOR DE LOS RIOS,J.(1861); Cortes de los antiguos reinos de León y Castilla, IV, Madrid, 1861-2, pp. 149-15.




[48] SOBREQUÉS, S. La España de los Reyes Católicos (en Historia de España y América social y económica. TII, dirigida por Vicens Vives pág, 360) : “La extensión territorial de la Corona castellana, es decir, ambas Castillas, León, Galicia, Asturias, el País vasco, Extremadura, Murcia y los señoríos de Sevilla, Córdoba y Jaén, era de unos 335.000 kms cuadrados, más del triple de los estados españoles de la llamada Corona de Aragón.”